¡Y todo por culpa del tal Toñito!

Autor: José Córdoba Tapia.

Persona con Discapacidad Visual

Esta historia empieza en un día de tantos, en uno de los edificios de la unidad habitacional Tlatelolco, en el departamento 102 donde habitan Isabel y su hija Marianita, cuando se disponían a comer.

Con gran estupor, la mamá escuchaba a su pequeña hija que le decía:

– ¡Mamá, quiero ir al cine con Toñito!-

-¡Pero hija, estás muy pequeña para andar sola en la calle con Toñito!-

-¡Mamá, ya tengo trece años de edad y Toñito está próximo a cumplirlos!-

-¡Hija, esa no es edad suficiente para que andes sola en la calle y menos con un niño como ese!-

-¡Lo que pasa es que tú no me tienes confianza, Toñito es un buen amigo y yo lo quiero mucho!-

Poco a poco la discusión se fue tornando ríspida, lo que provocó que la chiquilla, exaltada, increpara a su madre:

-¡Además quiero que sepas que Toñito me pidió que fuera su novia y pienso decirle que sí!-

La madre enmudecida al escuchar tal aseveración, sin saber qué decir, se concretó a mirar a su hija de arriba a abajo, como queriendo encontrar en esa figura a la mujercita que justificase con sus formas femeninas, el derecho de ir al cine sin tener que solicitar permiso, o bien el privilegio de tener novio. Sin embargo, entre más atisbaba, menos motivos encontraba para ceder.

La escuálida figura de su pequeña hija, lo flacucho de sus piernas, el uno cuarenta y cinco de estatura, los frenillos en sus dientes y lo bobalicón de su comportamiento, la mantenían boquiabierta; pues lo que sus ojos miraban hacia el frente no concordaba con el precoz atrevimiento de la púbera chamaca.

Vacilante, y sin poder emitir palabra alguna con la claridad que ella hubiese querido, cuestionó a la criatura:

-¿Que te pidió qué cosa? ¿Que tú le vas a decir que sí, a qué cosa? ¡Estás loca, rematadamente loca!-

Acto seguido, y girando sobre su propio eje, salió de la habitación a toda prisa.

Pasado algún rato, y ya más tranquila, regresó ante su hija. Ya frente a ella, con voz tenue y pausada, le dijo:

-¡Hija, quiero ofrecerte disculpas, no debí exaltarme! Pero ponte a pensar que si te digo todo esto, es porque te quiero y me preocupo por lo que pueda ocurrirte-

Abrazándola, y con un beso en la frente, le expresó lo mucho que la quería, al tiempo que la acompañaba a su aposento; y ayudándola a desvestirse, para que posteriormente se endilgara su ropa de dormir, le reiteró: -¡Recuérdalo hija, yo te quiero mucho, y me dolería bastante que algo malo te sucediera!-

Al día siguiente, cuando pudo estar con Toñito en el recreo, y tomaban su lonch, le preguntó:

-¿Qué pasó? ¿Le pediste permiso a tu mamá?-

-Sí, le pedí permiso-

-¿Y qué pasó?-

-Sí, solo le pedí permiso para ir al cine contigo. Se puso como loca, no sé por qué no me tiene confianza, si no vamos a hacer nada malo. Me tiró todo un rollo y me dijo que no-

-Oye, y si le pido a mi papá que le llame a tu mamá para pedirle permiso-

-Ni se te ocurra-

Varios días después, cuando el tema parecía estar olvidado, la jovencita llegó de la escuela, y sin detenerse a depositar sus útiles escolares sobre la mesita donde acostumbraba hacerlo, corrió hasta donde su madre.

-¡Mamá, mamá!- Gritaba desaforadamente, -¡Mamá, dónde estás!-

Momentos después, la progenitora apareció con las manos escurriéndoles el jabón que estaba utilizando allá, en el traspatio, al tiempo que se las secaba con el mandil, preguntó:

-¿Qué pasa, por qué tanto grito?-

La hija, parándose frente a ella, y sin dejar de brincotear, exclamó:

-¡Mamá, mamá, Toñito volvió a invitarme a ir al cine, y para que tú no te sientas incómoda, ni tengas desconfianza, me dijo que su papá nos llevaría; y que al terminar la función, él mismo nos recogería! ¡Qué te parece, verdad que si me vas a dejar ir en esta ocasión!-

La mujer nuevamente volvió a inquietarse, nuevamente la angustia hizo presa de ella, fingiendo estar serena, y mordiéndose la lengua para no emitir palabra, asintió con la cabeza como dando a entender que estaba de acuerdo con lo que su hija decía. Sabía que si replicaba, o empezaba con su negativa, nuevamente la discusión subiría de tono y se le saldría de control, igual que la vez anterior. No dejaba de pensar, una sensación de angustia le recorría el cuerpo a gran velocidad, como si se tratase de una feroz urticaria que amenazaba con devorarla.

Comprendió que en esta ocasión debería ser más cauta y que la solución a ese dilema tendría que encontrarla desde otra trinchera, ya que el enemigo acechaba. ¡Sí! El papá de Toñito, enemigo potencial que amenazaba con llevarse a su hija con quién sabe qué intenciones, lo más probable era que a su hijo ya lo tenía muy aleccionado, qué casualidad que se ofrecía a llevarlos al cine después ir a recogerlos. Definitivamente tenía que encontrar una solución a tal problemática.

Después de varios segundos, y con gesto triunfal, abrió tamaños ojos, y emitiendo algunas voces poco claras, exclamó:

-¡Claro que sí hija, claro que sí te doy permiso para ir al cine con Toñito!-

La jovencita totalmente desconcertada, preguntó:

-¿Que sí me das permiso, dijiste?-

-¡Claro hija, si el papá de Toñito va a llevarlo al cine, entonces yo te llevaré a ti; te dejo en la entrada y al final de la función paso a recogerte. Así todos felices y todos contentos! ¿Qué te parece?-

Estupefacta, la púbera muchacha, no atinaba del todo a entender lo que su madre le acababa de decir pero no importaba, con tal de ir al cine con Toñito, cualquier otra cosa resultaba irrelevante.

Y así fue, llegó el día pactado, y madre e hija se dejaron llegar hasta la sala de cine, donde ya las esperaban el núbil timorato, y su señor padre.

Cuando a la distancia la madre los tuvo frente a frente, no pudo menos que murmurar, ¡helos ahí, mustios el uno como el otro, con su carita de yo no fui; pero solo Dios sabe de sus negras intenciones!

Ya frente a ellos, los saludos no se hicieron esperar.

-¿Cómo estás hija?- preguntó el papá.

-¿Cómo estás Toñito?- preguntó la mamá.

Y lo mismo hicieron los dos jovencitos, se saludaron mutuamente.

Por fin, después de tanto saludo, y tantas cortesías, el par de adolescentes ingresaron a la sala de cine. Los adultos se concretaron a mirar cómo se perdían entre el cortinaje. La señora, sin dejar de lanzar bendiciones para su criatura, empezó a retroceder lentamente, pidiendo al cielo que sus pasos fueran lo suficientemente lentos para dar tiempo a que terminase la película. En tanto, el papá de Toñito, totalmente despreocupado, pero con amable gesto se dirigió a la desasosegada mujer: 

-Señora, ¿gusta que vayamos a sentarnos por aquí cerca a esperar a que salgan los muchachos, o mejor aún, gusta tomar un café, mientras charlamos un rato?-

Indignada, replicó para sus adentros, qué hombre tan impertinente, mira que invitarme a tomar café, cuando ni siquiera nos conocemos.

-No, gracias, no acostumbro tomar café, además debo hacer unas compras.  Alejándose a toda prisa se perdió entre los pasillos del centro comercial.

Cuando estimó que la función había terminado, regresó a plantarse a la puerta del cine, para entonces ya la gente empezaba a desalojar la sala, impaciente miraba a un lado y a otro, esperando ver venir a su chiquitina; al fin aparecieron de entre la muchedumbre, su regocijo y su tranquilidad fueron palpables.

Ya de regreso en casa, el contraste de emociones quedaba de manifiesto, mientras que la adolecente no paraba de brincotear ni de agradecer a su mamá por haberle permitido ir al cine con Toñito; la mujer no dejaba de pensar en el momento tan embarazoso que acababa de pasar, por un lado tener que acceder a complacer a su hija, y por otro, haber tenido que encarar a ese lobo con cara de cordero, que era el papá de Toñito.

Pero qué bueno, ya todo había terminado, el honor de su hija, que había estado en peligro, lo defendió valientemente de las asechanzas de ese par de garañones.

Poco le duró el gusto, su tranquilidad nuevamente se vio trastocada apenas si habían transcurrido unos días. Otra vez su hija llegó de la escuela con la novedad de que Toñito la había invitado a salir.

-¡Mamá, mamá, Toñito quiere que vayamos a tomar un helado, y a andar en bicicleta en el parque central! ¿Verdad que sí me vas a dejar ir? Al fin que su papá nos lleva y nos trae, igual que la semana pasada cuando fuimos al cine-

La señora, ciñendo el gesto, y apretando los puños, gritó hasta desahogar su frustración:

-¡Noooo, claro que no te doy permiso, esta no va a ser tarea de todos los días, o cada que se le antoje al mocoso ese!-

-¡Pero mamá, no es de todos los días, es únicamente los fines de semana, recuerda que tenemos que ir a la escuela, y es el único momento en que podemos salir!-

-¡Dije que no, y no se vuelve a hablar del tema!-

Rumiando su coraje, se dirigió hacia la cocina, se despojó de su mandil, y azotándolo en el suelo, redirigió sus pasos hacia su recámara; dejando a la chiquilla pasmada, sin saber qué hacer, ni qué decir.

Así transcurrieron varios días, hasta que esa mañana de sábado, madre e hija llegaron al parque de diversiones, donde Toñito y su papá, ya las esperaban.

Nuevamente, la señora, al igual que la ves anterior, los miró de reojo, y diciéndose hacia sus adentros: -¡Si creen que van a ganar esta batalla, están locos, defenderé a mi hija, con mi vida si es necesario!- 

Satisfecha, porque en ningún momento cejaba en su empeño de protegerla de las garras de esos pervertidos,  dibujaba en su rostro una sonrisa de satisfacción.

De este modo, las semanas y los meses se fueron sucediendo y las visitas a los centros de diversión se fueron convirtiendo en algo rutinario. Al principio no fue fácil conciliar emociones, madre e hija siempre terminaban liadas en encrespada discusión.

Con la fuerza de la costumbre, la progenitora fue comprendiendo que la mejor forma de defender a su nena era, indefectiblemente, no llevarle la contraria en todo, suponía que si cedía en sus pretensiones, pronto se aburriría de lo rutinario  de tantos encuentros con el tal Toñito.

Dicho y hecho, la inquieta mujer empezó a ceder terreno; lo que la imberbe pareja aprovechó para visitar cines, parques, antros, pistas de patinaje y otros  sitios de entretenimiento; eso sí, siempre bajo la supervisión de la avispada progenitora.

Insospechadamente, la jovencita que no cabía de contenta, no reparaba en la actitud de su señora madre; ella estaba feliz porque ya había vivido increíbles experiencias a lado de Toñito.

La estrategia incluía al papá de Toñito, no debía descuidarlo ni un segundo, pues el ceder terreno, le implicaba quedar en desventaja ante la asechanza de este disoluto personaje, quién agazapado en su otoñal figura, sabe Dios qué perversas intenciones podía guardar en lo más profundo de sus entrañas.

En una de tantas noches, cuando regresaba de visitar al médico, la desolada mujer no daba crédito a la devastadora noticia que acababa de recibir, aterrorizada, oprimía su pecho con sus crispadas manos, no era posible que estuviese sucediendo tal atrocidad. Ela que puso tanto empeño, que había ofrecido tan feroz batalla para defender a su hija, que día y noche estuvo al pendiente de su seguridad, no entendía cómo pudo haberse descuidado de tal manera, no era posible que toda su experiencia no hubiese servido de nada.

Ahora que le diría a su hija, cómo la encararía, si nunca habló con ella de nada, nunca abrió su corazón para acercarse a ella de mujer a mujer, ni le platicó de los peligros que acechaban allá afuera, nunca se atrevió a hablarle de sexo, a transmitirle enseñanzas, a comentarle que eso no era algo sucio, pero sí era algo delicado, porque representaba el momento culminante en que todo ser humano despertaba al amor, al cariño del ser amado, era el momento en que dejaba allá en la distancia toda su adolescencia para convertirse en mujer.

Sollozando, la mujer, digería su coraje, y con el desánimo a flor de piel, se decía, ya no es momento de lamentaciones; mi hija tan inocente, tan ingenua, y yo tan torpe que no he sabido cómo llevarla por la vida.

-¿Cómo decirle que la cigüeña visitará próximamente este hogar? ¿De qué manera le afectará esta noticia?- 

-Y todo por culpa del mentado Toñito. ¿Si nunca se le hubiese atravesado en su camino, ahora ella, no tendría  por qué afrontar esta vergüenza?-

Pobrecita, es tan dulce, que no se imagina lo que vendrá próximamente, no sé qué hacer, no sé cómo decírselo, -¿Cómo irá a reaccionar?- 

-¡Imbécil Toñito! Tú eres el culpable de todo lo que nos está pasando, por tu culpa ahora tendré que encarar a mi hija; los reproches no se harán esperar, y con justa razón.-

-¡Ni modo!- enfrentaré esta situación de la manera más inteligente posible; abrazaré a mi hija, y le diré que no se preocupe, que querré al bebé que en pocos meses alegrará con su presencia esta casa, que entre las dos lo cuidaremos, y lo veremos crecer.

¡Ay como fui a descuidarme, si todo el tiempo estuve alerta, que horror, tendré que decirle a mi hija que estoy esperando un hijo del papá de Toñito!

FIN

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4 comentarios sobre “¡Y todo por culpa del tal Toñito!

    1. Hola Claudia, que gusto saludarte y recibir tu comentario, que bueno que te gustó el cuento incluyendo su inesperado final, pero nosotros nos preguntamos ¿realmente fue culpa del tal Toñito? saludos cordiales

  1. Gracias por compartir este cuento, su final me dejó un poco Pensativa, siempre culpamos a los demás por las consecuencias de nuestros actos

    1. Hola Lilia, que bueno que te gustó el cuento y que importante es que le encuentres el mensaje que una historia o un cuento nos puede proporcionar y no concretarnos a entretenernos solamente con su lectura. Saludos cordiales

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